miércoles, 17 de marzo de 2010

Navegante




Desde un puerto sin nombre ni ubicación, zarpa sin rumbo ni razón en un bote de frágil carcasa para conocer y crecer, para descubrir y aprender.

De noche la luna alumbra un sendero sin destino ni dirección, son tan sólo las leves olas quienes dirigen su embarcación. Unas tras otras, fuertes y lentas; suaves y rápidas. Las estrellas hacen de su oscuro espejo un océano donde un mundo habrá de enfrentar.

Una tierra fértil y abundante deja atrás, con miedos y amenazas, él sabe que hay algo más. Las preconcepciones inculcadas no fueron suficientes para estructurar un mundo que, como un manto oscuro, impide traslucir la luz y verdad que ansía.

La luna se abraza de nubes, las estrellas se envuelven en un manto gris, las incontables olas cesan, un telón suave cubre sus ojos. Sentado en la cubierta, sopesa su navegación, nada parece estar muy claro, duda sobre su decisión. Sumiso y absorto en su mente, cree divisar una luz entre tanto espesor, a lo lejos se puede ver un resplandor.

Calurosas tardes llenas de entretención, juegos y diversión, todo se siente bien, feliz de vivir. Aquellas tierras solían ser un paraíso digno de ser vivido, mas de vez en cuando por un vacío era invadido, un sentimiento de desadaptación e inhibición. Un sentimiento sin causa invadía su cuerpo, nostalgia, destierro, a pesar de verse querido, algo le hacía sentir desapego. Tras un largo día de felicidad, caía la noche y en soledad llora, llora por una melancolía, un vacío que aniquila su pecho, angustia que acarrea sin saber por qué, un amor que algún día debe dejar de existir. Un pensamiento de origen inexplicable, un amor comprobado que añora antes de perder.


Abre los ojos, las estrellas han vuelto a su vanidad, la luna con un brillo sin igual, el agua permanece quieta, la tierna oscuridad de la noche abraza su lucidez, la tempestad está serena. Lentamente, navega, cauto, deseoso de encontrar un resplandor de sabiduría y verdad… de belleza.

Tras horas de calma, una agradable brisa comienza a soplar, lenta y cuidadosa, tierna... cariñosa. Su rostro levemente se humedece mientas contempla el cielo con alegría, al parecer, provocada por dicho viento.

Todo marchaba satisfactoriamente. Con el paso de los años se aprendía mucho y se olvidaba otro tanto. Lo más importante era ser responsable, cumplir con los deberes y hacer las cosas bien, de lo contrario, no hacerlas. Era la forma de vivir, no habían pretextos sólo nociones preconcebidas, buenas o malas, verdaderas o falsas, ¡qué importaba! así era el mundo y no había más vuelta que darle. Fuera de eso el premio era la recreación intelectual o física... aunque más intelectual que física, dando paso a un mundo apartado de la banalidad social y, a veces, hasta familiar, tratando de comprender preguntas que otros responderían al cabo de pensar un rato sin entenderlas, sembrando curiosidad ante cosas que los demás daban por hecho, creando una puerta que de a poco iría abriendo hacia un mundo del que no muchos hablaban.

De pronto aquellas tiernas gotas y suave brisa entraron en furor, la nave se estremece, entra en pavor. Sin dejarse llevar por aquel estruendo, ajusta las velas para no perder la dirección, el viento es cada vez más fuerte. Entre relámpagos y aguaceros logra navegar de forma angustiante y tambaleante.

Muchos conceptos se volvieron incomprensibles y algunos hasta absurdos, cómo no si con el tiempo daba cuenta de cómo giraba el mundo y comenzaba a cuestionar y tratar de comprender. Busca respuestas y soluciones, a veces, sin siquiera quererlas. Destronar tradiciones, derrumbar paradigmas que erguían sobre ellos un mundo infundando en miedo. Era como si de pronto todo fuese falso, aquel mundo de colores y su infame armonía, muchas cosas ya no encajaban a la perfección, había algo dentro, algo que tenía que conocer y comprender. Una luz de verdad y plenitud de conciencia que golpeaba aquella puerta que de a poco se erigió en su mente, a lo cual respondió en él un íntimo deseo que respetaría y que nadie opacaría.

Su rostro empapado de lágrimas de cielo y mar, se esfuerza por poder navegar, fiel a su instinto, no se rendirá, ante la perseverancia y dedicación nunca supo renunciar. De entre tanto aguacero una potente llama explota al reventar un rayo en su proa, las cosas empeoran, es un infierno donde ha de estar. Las esperanzas se enajenan a la distancia.

Y ahí estaban… las piedras con las que siempre tropezamos, quiera uno o no están ahí para acariciar la punta de tus pies. El porrazo duele, cómo no si aparecen cuando menos lo esperas, cuando todo está bien y derepente... de hocico al suelo. Unas dolieron más que otras, claro está, pero más que el porrazo, lo que fastidia y te arruina es saber que estás de bruces en el suelo, muchas veces sabiendo que sería bueno cogerse a la piedra y llevarla en el bolsillo, dándote un poco de seguridad en el camino y sabiendo que al tener una las demás no se arriesgarán a tocarte. Pero ahí te quedas, cierras las persianas al mundo y te pones a pensar en la maldita piedra. Siempre volviendo a ponerse de pie... de que cuesta, cuesta, pero a porrazos se aprende y la lección es buena.

La poca parte que resta de la barcaza naufraga en un remolino, ¿se habrá dado por vencido? Ya nada más queda enfrentar y adentrarse al único destino que ante él se abre, las acogedoras penumbras del océano, el abrazo de la triste y fría soledad que aguarda donde todos temen ir, donde todos temen morir. La embarcación reducida a simples maderas se desvanece en lo desconocido, se siente totalmente rendido. Se zambulle en la serena y eterna oscuridad, el miedo que invade su cuerpo por fin ha logrado dominar.

Unas fuerzas incontenibles de gritar me sofocan, es una energía que transforma mi voz en un poderoso trueno, pero sigo aquí tendido en la nada, aún existo, pese a que todo se ha desvanecido sigo conciente, vivo aquí en mi conciencia. Aunque nada hay a mi alrededor existe un espacio que puedo abarcar de forma infinita, ¿qué significa todo esto?... no lo sé. No siento nada, el miedo se ha ido, el tiempo, la angustia, vivo suspendido en este eterno y oscuro vacío, puedo volar, puedo caer, ya no soy un cuerpo. Es como un renacer... libre, sin amarras e ideas que yo no inventé, libre ante la vergüenza que la humanidad tiene de sí misma, sin cadenas ni sentimientos auto impuestos, sin cadenas que me aten al cuento que todos gustan de comprar. Siento el universo, millones de constelaciones explotando dentro de mí, vienen y llenan mi alma de fuerzas que con afabilidad y agradecimiento recibo. Mi conciencia se expande hacia la infinidad y, a la vez, puedo ser parte de ella, recorrer cada memoria, cada sentimiento que guarda mi niño interior. Lo veo llorar, sufrir, rendido, acabado sin entregarse a un cambio, una solución... decido ayudarlo. Juntos recorremos pasajes de la vida, de la mano, paseamos por los momentos más dulces y los más amargos... comprendemos los instantes, entendemos a nuestro dios interior, nos valoramos mutuamente y en vez de borrar o destruir, decidimos cambiar, ceder ante la tentación de forma novedosa, utilizando aquellas energías devastadas para crear en armonía. Rompemos límites con sutil belleza, se alegra, se recompone. Inventamos poemas, pintamos, jugamos con recuerdos y nociones que ya no harán de su angustia una prisión eterna, su ego ya no tiene fronteras pues se ha unido a dios y al universo, ¡¡libres al fin!!... luego lo observo y ya ha madurado, juntos nos fundimos en un abrazo, somos uno solo, una sola alma que navega en la inmensa conciencia del universo, en el pasado, el presente y el futuro, una sola alma junto al Todo, a lo que fue, es y será. Plenitud y calma recaen sobre mí, he encontrado aquello tan anhelado, aquel deseo incomprensiblemente frustrado se ha ido.

Un paseo por las estrellas, un viaje sobre un cometa, nadando entre las nebulosas, acariciando la ínfima paz y perfección, admirando los más sutiles detalles de la hermosa creación…

De pronto aparece una puerta ante mí la abro y un resplandor me ilumina por completo... me deja completamente encandilado... es el rostro de los dioses, la belleza última... la maravillosa verdad...

Abre los ojos y se halla tendido a la orilla de una playa, el sol brilla sobre él, se recompone para mirar al su alrededor, todo parecer estar donde debe estar, la angustia se ha ido y en plena armonía… nada mejor que un paisaje familiar.

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Inspirado por Jodo

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